Markus Nispel nos presenta una película épica, que bien podría asemejarse a «Conan el bárbaro«, pero que en ningún momento llega a la categoría de ésta.
He de decir que se trata de un remake, que nos presenta las vivencias de un joven vikingo, que es abandonado en tierras americanas y adoptado por una familia indígena. Tras ser aceptado por la tribu, el chico crece hasta convertirse en un guerrero. Un día su tranquilidad (y la de los suyos) se ve resquebrajada ante la llegada de una nueva hora de salvajes vikingos.
Ante esta premisa, la gente puede pensar que verá una película trepidante (con algunos rasgos de «Apocalypto«), pero que no se engañen. En esta ocasión, la aventura, las batallas y la épica se han quedado en otra parte, ya que no logramos ponernos en la piel del personaje (interpretado por Karl Urban), ni emocionarnos ante los hechos que presenciamos.
Uno de los pocos aspectos que destacaría es la fotografía, ya que Daniel C. Pearl dota a las imágenes de una oscuridad interesante (que también puede sacar muchos detractores), que logra camuflar un poco las carencias del guión y de la realización, pero que dejan bellas estampas en las retinas del espectador.
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